De cuplés y pichorradas



Pongamos las piezas de un divertimento, más bien dos, en este párrafo para presentarlas: 1) El cuplé. Género musical picaresco popular sobre todo a principios del siglo XX. 2) Pichorra. Poeta humorista, libertino y repentista yucateco de nombre Felipe Salazar de aquella época. 3) Soñar la Noche. Compañía teatral meridana que presenta sendos espectáculos musicales con tintes picarescos y de revista, a cargo del director Juan Ramón Góngora. 4) Milethza y La Musa de David. A saber, de apellido Garza la primera y de nombre Abril Góngora la segunda; bellas actrices, bailarinas y cantantes que dan vida a las escenas.

¡Adiós, Pichorra! y La noche del Cuplé… y otras cositas, son los espectáculos en cuestión y que vimos recientemente y nos hicieron debrayar más o menos lo que sigue. Primero fuimos al Centro Cultural Tapanco a ver las peripecias de una tiple a la cual jocosamente (no podría ser de otra forma) se le mete, y se le mete bien, el fantasma del tal Pichorra, trastocándola en cuerpo y conciencia y haciéndole modificar su número y pronto proceder ante una sociedad que fue cómplice y testigo del asesinato de Felipe Carrillo Puerto; y por la gloria de todos los héroes trágicos no preguntéis quién es éste Señor.

Primero que todo hay que decir que es un show ligero. Para pasar un rato muy agradable con buenas canciones, humor y agasajo visual, frente al cual nada pueden hacer vulgaridades que se ven por televisión y que insultan la inteligencia humana y denigran la belleza femenina. Pero además, hay que subrayar que la obra permite reflexionar sobre asuntos políticos e ideológicos que tenemos pendientes desde hace más de un siglo de la Revolución, así como temas que tienen que ver con el quehacer de la mujer en nuestra sociedad en materia de poder y el sexo que todo lo puede.

Y ya conquistados, nos lanzamos al Centro Cultural ProHispen, para deleitar los sentidos y pasar buena noche gracias a La noche del Cuplé… Acá la onda es el divertimento con estilo, o esnobismo del Kaskep, que para el caso es lo mismo. El show consiste en canciones presentadas por el presentador y cantadas por las cantantes. Así de simple, y varias se oyen también, pero no igual, en ¡Adiós, Pichorra!, pues el contexto es distinto y aquí no hay pretensiones reflexivas sociopoliticocultumorales, al menos de manera explícita. Oportunidad para escuchar música bonita y antigüita en voz de lindas muchachas.

No confundir, por favor, lo que estamos hablando con cabaret posmoderno transgresor contemporáneo iconoclasta de mal gusto, ni mucho menos con show súper cómico regional libertino de peor calidad. Estamos, a propósito y a pesar de dichas manifestaciones, ante la posibilidad de acechar una aproximación a lo que fue el cuplé, la revista, la zarzuela, la poesía, el divertimento, la estética, el ambiente y lo que se nos ocurra de una época que no nos tocó vivir pero que nos puede tocar la emoción, la conciencia y, claro, otras cositas que para ser congruentes con la época nuestra llamaremos “lúdicas”.

Hay que ver, que te lo digo yo, ¡Adiós, Pichorra! y La noche del Cuplé. Hay que soñar la noche, pues dicen todos por allá que soñar no cuesta nada. Y lo que sueñe cada quien ya es bronca propia; yo me quedo con la música y las voces, las palabras y los calzones, las ideas y la alegría, los párpados azules y mis debrayes, las buenas noches y el despapaye.

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